14 de abril de 2018

Crónica de una compra turbia

¿Qué puede salir mal en un negocio con las persianas bajas que no acepta débito?


Por Daniel Péndola | A principios de mes, mi mamá comenzó a tener graves problemas con su celular. El viejo Samsung Galaxy ya no daba más. Su batería se descargaba fácilmente, las llamadas no le sonaban y ya ni se podía presionar una tecla tranquilamente, al punto de que llegó a escribirme pensando que era su amiga. Se dio cuenta de que era yo cuando le respondí que no tenía idea de que eran los tonos de Garnier.

Por esta razón, el lunes pasado averigüe por Internet cuál sería el mejor teléfono para ella, teniendo en cuenta que no usa muchas aplicaciones, ya que sus intereses se limitan a usar Whatsapp y ocasionalmente Instagram para publicar algo relacionado con comida.

Tras una encuesta que publiqué en Twitter, un seguidor me recomendó comprar un Xiaomi, dado que es una marca China destacada por la relación entre precio/calidad. El problema es que no la conocía, así que empecé a investigar de qué se trataba y me llevé una gran sorpresa: el Samsung Galaxy J5 tenía lo mismo que el Xiaomi Redmi 5A, pero costaba $1000 más y el celular de origen asiático contaba con una batería de mejor calidad.

El inconveniente fue que no aparecía en la Tienda Claro y solo se vendía de manera particular, por lo que me vi obligado a buscar en Internet. Luego de contactarme con un vendedor de Alamaula, acordé ir a su local de Floresta este viernes. Y así llegaría el día en que realizaría la compra más turbia de mi vida.

Con persianas bajas y a media cuadra de la Avenida Avellanda, el lugar lucía prácticamente abandonado pese a que los negocios que se encontraban a su lado estaban abiertos y en actividad. —¿De todos los lugares que hay en la Ciudad tuve que elegir este? —pensaba mientras le escribía un mensaje al dueño. —Mi hermana justo se fue a comprar para comer. Ahora vuelve.—respondió, a lo cual le avise que aprovecharía para ir a comer algo hasta que ella regrese.

Después de mirar algunas tiendas de la famosa Av. Avellaneda, comer un superpancho con papas y observar como un megaoperativo de la Policía Metropolitana detenía a 50 vendedores senegaleses en la Plaza Vélez Sarsfield, decidí volver al local, pero aún continuaba con las persianas bajas.

—Golpeá, ya llegó. —me avisó por Whatsapp el dueño. Tras un minuto de espera, una chica abrió la puerta de la persiana y me preguntó qué necesitaba. Le dije que fui por un Xiaomi que encontré en Alamaula. —Espera que atiendo a una clienta y te abro. —dijo agachada mientras miraba para ambos lados de la vereda.

Durante la espera, un joven vestido de ropa deportiva y cabello rapado golpeó la persiana. —¿Habrá venido a comprar un celular?—pensé al verlo esperando de la misma manera en que yo lo hacía, pero fue distinto. Este era un cliente distinto. Un cliente que le dejó un fajón de billetes a la vendedora. ¿Qué clase de negociación habrá sido esa? Jamás lo sabré.

Lo cierto es que una vez que su clienta (una señora corpulenta de unos 50 años) se marchó del lugar vino mi turno. —Disculpa que no pueda hacerte pasar, es una vergüenza. No puedo abrir la persiana porque se trabó ¿Qué modelo estabas buscando?—me preguntó. —El Xiaomi 5A, ese que cuesta $3150 —le indiqué. Cuando fue por el teléfono noté que el local estaba prácticamente vacío, que si bien era una tienda de ropa algunos maniquíes estaban sin prendas. A esta altura, el inconveniente de la persiana parecía un verso más grande que las promesas de la campaña electoral de Mauricio Macri.

En fin... el smartphone se encuentra en perfectas condiciones, tiene una garantía de seis meses, funciona normalmente, ofrece una cámara espectacular y su batería tiene más del 50% a pesar de que ya pasó más de la mitad del día desde que fue encendido. En ese aspecto no me puedo quejar, salvo que como no aceptan débito debí retirar $3000 del cajero. Debe ser el único negocio que no acepta débito, al menos en esa zona. Así se vive una tarde normal en la Ciudad de Buenos Aires.

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