26 de abril de 2017

El chiste de los abuelos porno es lo de menos

Detrás de la burda broma del Presidente, el Gobierno oculta un plan de ajuste que en esta oportunidad dejará a partir del jueves a 900.000 afiliados del PAMI sin servicio, debido a un recorte del 50% de sus ingresos.


Las insólitas declaraciones de Mauricio Macri son el factor necesario de Cambiemos para poder llevar adelante sus medidas antipopulares, convirtiéndose en una distracción desapercibida que acentúa sus políticas neoliberales de forma indiscriminada.

En esta ocasión, las clínicas de las zonas norte y oeste del Gran Buenos Aires suspenderán indefinidamente el servicio médico a los jubilados del PAMI y la próxima semana podrían sumarse las prestadoras de todo el país.

Los privados denuncian que la modificación de pago realizada por el director ejecutivo del Programa de Atención Médica Integral, Sergio Cassinotti, redundará en una caída del 50% en sus ingresos. "Firmando o no el nuevo contrato vamos a la bancarrota”, alertó Adrián Biasotti, presidente del nosocomio Noguera.

A fines del 2016, el Gobierno habilitó al Fondo Monetario Internacional (FMI) a retomar sus revisiones sobre la economía, donde el organismo recomendó modificar la fórmula de cálculo de la actualización de las jubilaciones, reducir los montos iniciales de los haberes y subir la edad jubilatoria de las mujeres.

Fríamente calculado

Ahora, ¿es casual que Mauricio Macri haya realizado ayer una broma de mal gusto sobre los abuelos de un centro de jubilados? Claro que no. Pero el problema no es Macri, sino el modelo de país que representa y oculta.

Cada derrapada del Presidente está fríamente calculada y tiene como objetivo provocar a quien piensa diferente, modificar la agenda temática de los medios y mantener entretenidos a sus votantes mientras festejan sus ocurrencias, como cuando Carlos Menem se paseaba con sus autos de alta gama.

El chiste de los abuelos porno es lo de menos, lo verdaderamente indignante pasa por otro lado, solo que es difícil de percibir ante el inminente circo mediático que desvía la atención una y otra vez, ya sea con las jocosas declaraciones de Mauricio Macri o con el "zocatrucho" de Cristina Kirchner.

22 de abril de 2017

No te quedes en casa, porque sino te atrapa la pantalla

La divulgación del sentido común es la herramienta de las clases dominantes para lograr el consentimiento de los trabajadores, de manera que acepten la realidad sin la posibilidad de ejercer una visión crítica.


El cerco cultural

La Escuela de Frankfurt planteaba que la masificación de la cultura conlleva la creación de productos idénticos entre sí que carecen de originalidad y que se encargan de manipular a la sociedad, suspendiendo toda reflexión crítica. Según Adorno, la industria cultural pasó a llenar el ocio de los obreros, espacio que caracteriza como “la continuidad de la jornada laboral”.

En este caso, la opresión ejercida por el sistema capitalista es aceptada, puesto que los trabajadores no cuestionan su realidad, sino que se dispersan para repetir al día siguiente su jornada laboral. Las personas pasan por un tamiz, un filtro, volviéndose fungibles.

El mito del éxito se convierte en una utopía que suprime todo tipo de resistencias ante las imposiciones del sistema, creando una falsa consciencia de clase y aspiraciones que no le corresponde a ninguno de los consumidores.

La pérdida del valor

Benjamin sostiene que el aura es el aquí y ahora de la obra de arte, es el momento instantáneo, irrepetible y único entre la mirada de la persona y la obra, un entrecruzamiento que perdió su fuerza debido a la reproductividad técnica, empleada para que esté al alcance de las masas.

La manipulación de las obras por medio de la tecnología sustituyó lo irrepetible de una pieza por su presencia masiva acercándola al espectador y convirtiéndola en un objeto sin carácter de culto. Así, frente a ese primitivo «valor cultural», en la obra de arte predomina hoy su «valor exhibitivo».

En este sentido, Benjamin establece una fuerte crítica hacia las formas de reproducción visuales que surgían en la época: la fotografía y el cine, ya que encontraba en ellos la problemática de la falta de aura desde el momento de su producción.

La fotografía aniquilaba los valores vinculados al origen de la obra, a su tradición y originalidad, transformándose en un instrumento de la industria y dirigiéndose a un nuevo sujeto histórico: las masas urbanas. Ya no se trató más de un de un tipo de recepción individual, atenta, concentrada, cuyos valores eran la belleza por sí misma y su autenticidad.

Por otro lado, su crítica hacia el cine desarrolla que la selección arbitraria de las escenas propone una experiencia ya 'digerida', con un punto de vista ya decidido de antemano, limitando la capacidad crítica de los espectadores.

De esta manera, los actores son despojados de su aura, ya que a diferencia del teatro, donde tienen la posibilidad de adecuar su presentación a los espectadores, en el cine las ejecuciones son montadas. El actor experimenta una sensación de “exilio de sí mismo”.

Consentimiento inaudito

La hegemonía es un proceso en el que la clase alta logra que sus intereses sean reconocidos como propios por las clases subalternas, aún cuando van en contra de sus ideas y derechos. Fomenta el sentido común y las concepciones del hombre más difundidas y aceptadas popularmente.

El modelo se transforma en una realidad para la mayor parte de la sociedad. Busca la homogeneidad y el conformismo; es el consentimiento de las grandes masas de la población para los grupos dominantes, logrado a través del prestigio obtenido por su posición en el mundo de la producción.

¿Pensar o entretenerse?

Sunkel distingue dos matrices culturales: en primer lugar, describe la matriz racional iluminista, ampliamente utilizada por los diarios de los partidos de izquierda para apelar al pensamiento crítico, con un utiliza un lenguaje meramente abstracto y conceptual.

En segundo lugar, la matriz simbólico dramática, la cual posee una llegada popular más amplia e importante a través de medios de comunicación organizados como empresas que para subsistir y garantizar consumidores, su principal fin es el entretenimiento y el sensacionalismo.

Sunkel ubicó como principal antecedente de esta prensa a la lira dramática y popular que se ejercía de manera oral en los espacios públicos por medio de poemas que enfatizaban los rasgos emocionales de los hechos, lo sangriento, lo movilizador, contra los datos duros.

En cuanto a sus actores, el autor revela que la matriz simbólico dramática consigue mayor llegada popular porque constituye actores múltiples, inclusive por lo no representado (mujeres, niños, jóvenes, ancianos) y lo reprimido (los homosexuales, los indigentes, las comunidades indígenas, los delincuentes) en la prensa racional iluminista.

Debido a sus prejuicios marxistas, el discurso de la matriz racional iluminista fue poco flexible y no permitió la incorporación de elementos básicos de la cultura popular, lo cual desembocó en una "crisis de representación popular", según Sunkel.

Ni más, ni menos: distinto

Aníbal Ford explicó que los medios masivos rompieron con la hegemonía y los prejuicios de la lectoescritura como único modo serio de comunicar, ya que anteriormente se desconocían otros canales comunicativos no menos complejos e importantes.

Por ejemplo, la percepción corporal, kinésica, proxémica, verbal, gestual, que son lo más ampliamente utilizados por las culturas populares, son fundamentales a la hora de analizar la manera en que las masas consumen los medios masivos.

Teoría vs. Producción

Umberto Eco diferenció dos posturas: por un lado, los apocalípticos sostenían que la mera idea de una cultura compartida por todos es un contrasentido monstruoso, dado que la cultura de masas es la anticultura por su bajo contenido intelectual.

Por el otro, los integrados muestran una reacción optimista, donde los medios de comunicación ponen hoy en día los bienes culturales a disposición de todos, en el marco de una época de ampliación del campo cultural, donde circula un arte y una cultura «popular».

Mientras los apocalípticos sobreviven elaborando teorías sobre la decadencia, los integrados raramente teorizan, sino que prefieren producir sus mensajes a todos los niveles para obtener mayor difusión.

En el fondo, el apocalíptico consuela al lector, porque le deja entrever la existencia de una comunidad de «superhombres» capaces de elevarse, aunque sólo sea mediante el rechazo, por encima de la banalidad media.

La sustracción como meta inalcanzable

Umberto Eco manifiesta que el universo de las comunicaciones de masas es nuestro universo. Por lo tanto, analizar los valores requiere de los aportes de los periódicos, la radio, la televisión y todas las nuevas formas de comunicación visual y auditiva, dado que nadie escapa a estas condiciones.

Además, el crítico no nos ayuda a sustraernos a la fascinación de la tv, sino a sucumbir aún más ante ella. Su aspiración es inducir a los suyos a desconectar el televisor, pero que los demás permanezcan conectados a este.

La interpretación es un camino interminable

El problema de la significación y la representación ocupa un lugar central en los estudios sobre comunicación. La semiótica intenta distinguir el “ser” de su “representación” y ofrece elementos para abordar los fenómenos comunicativos desde una visión crítica.

La semiótica es la disciplina que estudia los signos, la cual buscó mostrar las connotaciones ideológicas ocultas tras los signos producidos por la burguesía y luego se orientó hacia la interpretación de todo tipo de signos y lenguajes.

Barthes indica que la semiología es la ciencia que implica una reflexión sistemática, donde la significación suministra el principio de clasificación de diversos hechos. Plantea que entrar en la “cocina del sentido”, es decir, descifrar los signos del mundo, es luchar contra la inocencia de los objetos.

El vínculo que une la reflexión del autor con el postulado de Saussure es que estudian los signos en el seno de la vida social, pero la nueva tarea es estudiar la operación mediante la cual un mensaje se impregna de un “sentido connotado”, difuso e ideológico.

Según Barthes, el poder es el parásito de un organismo transocial, ligado a la eterna historia del hombre por medio del lenguaje y la lengua, implicando una fatal relación de alienación. En ese sentido, el signo es bastardeado de manera pretensiosa bajo el nombre de “natural”, fingiendo espontaneidad. Por ejemplo, hacer huelga es una acción “inmoral” que infringe la ley.