Hablar por televisión es importante, pero en determinadas condiciones. Al aceptar participar sin preocuparse por saber si se podrá decir alguna cosa, se pone claramente de manifiesto que no se está ahí para decir algo, sino por razones completamente distintas, particularmente para dejarse ver y ser visto.
No se trata de condenar, ni de combatir a los periodistas, sino de asociarlos a una reflexión orientada a la búsqueda de los medios para superar las amenazas de instrumentalización.
La opción de negarse a expresarse por medio de la televisión no es defendible, debido a que en determinados casos aparecer en ella puede constituir una especie de deber, siempre y cuando sea en condiciones razonables.
Una censura invisible
El acceso a la televisión tiene como contrapartida una formidable censura, ya que los temas, las condiciones y las limitaciones de tiempo son impuestos a un discurso que de tantas cortapisas resulta poco probable que pueda decirse algo. De hecho, las denuncias de los escándalos que realizan los presentadores contribuyen a desviar la atención de lo esencial.
La violencia simbólica se ejerce con la complicidad de quienes la padecen y de quienes la practican, y la sociología, al igual que todas las ciencias, tiene como misión descubrir cosas ocultas; al hacerlo, se contribuye a minimizar la violencia simbólica que se ejerce en las relaciones sociales y en las de comunicación mediática en particular.
La crónica de sucesos constituyen el pasto predilecto de la prensa sensacionalista: la sangre y el sexo, el drama y el crimen siempre han vendido bien, son elementos de distracción que tratan hechos que no tocan nada importante.
La televisión posee una especie de monopolio sobre la formación de las mentes al privilegiar los sucesos y llenar ese tiempo tan escaso de vacuidad al dejar de lado las noticias pertinentes que debería conocer el ciudadano para ejercer sus derechos democráticos.
Ocultar mostrando
La televisión oculta al mostrar algo distinto de lo que tendría que mostrar y también cuando muestra lo que debe, pero en tal forma que hace que pase inadvertido.
Los periodistas tienen unos “lentes” particulares mediante los cuales ven unas cosas y no otras, es decir, realizan una selección y luego elaboran lo que han seleccionado. El principio de selección consiste en la búsqueda de lo sensacional e incitan a la dramatización en un doble sentido: escenifica en imágenes un acontecimiento y exagera su importancia.
Como todo el mundo se copia mutuamente para adelantarse a los demás por buscar la primicia informativa, se desemboca en la uniformización y la banalización, donde la imagen posee la particularidad de producir lo que los críticos literarios llaman “efecto de la realidad”, dado que puede mostrar y hacer creer en lo que muestra.
Uno de los factores fundamentales de las luchas políticas consiste en imponer una visión del mundo a la gente para obtener ventajas y es por eso que la televisión tiene un papel determinante, donde hay que manifestarse para despertar el interés de las personas.
La circulación circular de la información
El mundo de los periodistas es un mundo fragmentado con conflictos y hostilidades, aunque sus productos son mucho más homogéneos de lo que creemos, ocultan profundas similitudes.
Para los periodistas, la lectura de los periódicos es una actividad imprescindible y la revista de prensa un instrumento de trabajo; para saber lo que uno va a decir hay que saber lo que han dicho los demás. Dicho mecanismo genera homogeneidad en sus productos.
Los periodistas crean un efecto de enclaustramiento y para romper el círculo hay que abrir una brecha mediática y conseguir dar un golpe para que se interesen los medios o por lo menos uno y asegurar la difusión, ya que impera una mentalidad de índices de audiencia en las salas de redacción y se piensa en términos de éxito comercial.
Las personas que se encargan de informarnos son informadas por otros informadores. La parte más determinante de esa información sobre información que decide lo que es importante procede en gran parte de otros informadores.
La urgencia y el fast thinking
La competencia entre los periódicos y la televisión adquiere la forma de una rivalidad temporal por la primicia informativa, donde los temas son impuestos a los telespectadores porque antes lo fueron a los productores, precisamente por la competencia con otros productores.
La televisión no resulta muy favorable para la expresión del pensamiento, porque establece un vínculo negativo entre la urgencia y el pensamiento.
Contradicciones y tensiones
La televisión es un instrumento de comunicación muy poco autónomo sobre el que recae una serie de constreñimientos originados por las relaciones sociales entre los periodistas, relaciones de competencia encarnizada, hasta el absurdo, pero que también son complices.
En la actualidad, la televisión ha llevado a su extremo una contradicción que atormenta a todos los universos de producción culturales por condiciones económicas y sociales en las que se debe estar situado para poder producir una obra, ya sea del ámbito de la poesía, la filosofía o la sociología debido a la presión comercial impuesta por los índices de audiencia.
Las tensiones son muy fuertes entre quienes desearían defender los valores de la autonomía respecto de las exigencias de la publicidad.
En la actualidad, la televisión ha llevado a su extremo una contradicción que atormenta a todos los universos de producción culturales por condiciones económicas y sociales en las que se debe estar situado para poder producir una obra, ya sea del ámbito de la poesía, la filosofía o la sociología debido a la presión comercial impuesta por los índices de audiencia.
Las tensiones son muy fuertes entre quienes desearían defender los valores de la autonomía respecto de las exigencias de la publicidad.
La televisión es un universo en el que se tiene la impresión de que los agentes sociales son títeres de unas exigencias que hay que describir, de una estructura que hay que liberar de su ganga y sacar luz.
